Blog Ecomundo

Editoriales David Samaniego

De piel adentro…

De piel adentro…

Estas líneas se nutren con el ambiente de reflexión del último Sábado Santo. Se ha vuelto imposible vivir un ambiente propicio para la reflexión a menos que uno, intencionalmente, seleccione algún sitio, alejado de ‘la civilización’. También es verdad que a pesar de todos los distractores inventados, siempre tenemos la posibilidad de recluirnos, aun estando junto a ellos, a través de un aislamiento buscado para una reflexión anhelada. Una esquina de la casa, debajo de un árbol, en compañía de los clásicos de la música, en la playa o en la montaña, es posible crear un ambiente exclusivo, de propiedad y manejo personales; se puede forjar un oasis, construir un castillo interior inexpugnable, cuyas llaves las poseamos únicamente nosotros.

El encadenamiento diario a rutinas obligadas o forjadas por nosotros mismos hace que seamos presa del bullicio, de la prisa, de los cálculos apremiantes, de las llamadas urgentes, circunstancias todas que devoran nuestra interioridad y nos uncen al carro devastador de todo aquello que pudiese ser personal. Las prisas y las urgencias, al igual que la disipación y carencia de espacios de reflexión, no conocen grupos sociales, no distinguen niveles económicos; igual sucede en el agro como en la gran ciudad, en la montaña como en la planicie. Que es una fiebre del siglo XXI, alguien podría sostener, pero al hacerlo desconoce la historia plagada de altibajos, ávida de momentos de sumisión al pensamiento y también presa de instintos devastadores de espacios propicios para el encuentro con nuestra propia interioridad y con las aspiraciones de un universo en constante evolución. Agustín de Hipona (354-430) sentenció que “los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar sobre las vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida”. Es por esto que alguien decía que cada uno de nosotros lleva consigo al más grande desconocido del universo: nuestro ‘propio ego’.

Ecuador del 2016 vive, en parte, anestesiado por una especie rara de recreadores de magos y hechiceros, que deambulan en espacios públicos diseminando, con moderna tecnología, ilusiones forjadoras de paraísos ficticios y efímeros. El encuentro con la verdad ha dejado de ser consecuencia de un proceso de íntima y afanosa búsqueda; en su lugar se aceptan como dogmas declaraciones, explicaciones, alabanzas y vituperios salidos de esferas y voceros creados específicamente para difundir asertos de cuño proselitista. No importan el color ni la bandera de una facción política, importan sí el respeto a los valores humanos y la voluntad de crear sin destruir, de avanzar sin avasallar, de caminar dejando huellas que conduzcan a espacios suficientes donde la libertad jamás se ahogue.

¿Qué gobierno será capaz de recrear un espacio propicio para el pensamiento? Ecuador de las postrimerías de marzo del 2016 requiere de una valiente reflexión que nos ayude a distinguir el bien del mal. Es menester volver a empezar, nuevamente.

“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”, san Agustín.(O)