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Editoriales David Samaniego

Dejar de ser para ser

Dejar de ser para ser

Tengo sobre mi mesa de trabajo Filosofía hoy, editado por el Centro de Publicaciones, con sede en Quito (2016). Una docena de intelectuales, cultores de la filosofía, nos ofrecen ensayos sesudos, ponderados, rumiados cuidadosamente, elaborados bajo normas muy exigentes y sujetos a una criba despiadada para llegar a su difusión. Grato saber que Ecuador tiene filósofos, personas que piensan más allá de lo pasajero y efímero, seres que encuentran en las circunstancias ocasiones para un diagnóstico y la búsqueda de causalidades y proyecciones.

La Revista de EL UNIVERSO (16-III-2008) publicó ‘Filósofos de profesión’. Joaquín Hernández Salvador y David Samaniego Torres fuimos los escogidos, por qué o por quiénes, no lo sé. La Revista destacó una frase de Joaquín: “La vida diaria es enemiga de la filosofía. Se basa en acuerdos puntuales sobre las cosas y la filosofía es el cuestionamiento de esos acuerdos. Por eso tenemos una ruptura”.

Las preguntas que surgen del diálogo permanente entre el ‘ahora y el más luego’ son interminables, porque el mundo que habitamos sigue siendo una enorme plastilina capaz de adquirir el fondo y la forma de aquello que nosotros buscamos, de ese ‘nosotros’ que engloba millones de egos que incansablemente anhelan respuestas a sus interrogantes, sin saber que cada respuesta engendra una nueva pregunta y esta se enreda en un torbellino donde crujen anclajes y se liberan utopías.

Cómo dejar de ser, para ser. No es tautología. Son trozos de vida, etapas de nuestra existencia. Invisibles recovecos, arrinconados quizá, pero con sangre y mucha vida. Si me desencarno no hago filosofía para hoy. Nuestro mundo interior es una licuadora demasiado activa que impide el sosiego, el análisis, la ponderación y el reencuentro con valores permanentes en la vida del ser humano.

¿Cómo entender, desde la filosofía, una década ganada o perdida, malgastada, quizá desaprovechada? Hay condumio en cada envoltorio. Este instante piso tierra, piso arena, arena salina, con besos de mar. En esta arena pienso en quienes perforan la montaña, la despedazan, hurgan las entrañas de la tierra en busca de elementos valiosos; dejarán de hacerlo solamente cuando alcancen el propósito de su inversión. El filósofo procede con similar intensidad y profundidad. Pero ¡ojo!, los filósofos no son gente rara, excéntricos, taciturnos, come libros, de pocos amigos o algo parecido. No, la filosofía nace y se hace desde los labios de nuestros padres y las enseñanzas de nuestros abuelos; la filosofía anida donde hay un espacio para meditar, donde existe voluntad de perfeccionamiento, donde la humildad es la puerta hacia la verdad, donde hay cabida para pensar, repensar y discrepar.

Pensar en la historia, en los caminos hacia el pasado y futuro, analizar sesudamente el acontecer diario, admirar la bondad de la libertad de expresión, creer y fomentar el crecimiento de la democracia es trabajo de mentes que, sabiéndose inconclusas, buscan apoyo y respaldo. Los pueblos grandes jamás cerraron sus puertas a los ancianos; veneraron sus conocimientos y sabiduría; lo demás es ‘vanidad de vanidades’.

“El mayor bien que puede existir en un Estado es el de tener verdaderos filósofos”. René Descartes. (O)