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Editoriales David Samaniego

Lecciones con intensidad 7,8

Lecciones con intensidad 7,8

Las adversidades vienen. Por lo general, no se las busca. Unas son previsibles y evitables. Otras llegan cuando nadie las presiente ni espera. El terremoto del 16 de abril es para buena parte de los ecuatorianos una experiencia difícil de olvidar. Las horas subsiguientes descubren su magnitud y la carga que Ecuador está obligado a enfrentarla con dignidad y premura: vidas humanas interrumpidas, destrucción y caos, incertidumbre, una geografía amarga enlutada en aciagos segundos. Con el respeto que estas horas imponen y con la certeza de una apertura hacia la trascendente, esbocemos algunos temas que no podemos ni debemos soslayarlos.

-Estas horas y días han comenzado a sacar afuera a ese ecuatoriano que habita muy dentro de nosotros y que en ocasiones no se lo ve o sencillamente no se lo quiere mostrar. Es el ecuatoriano que por igual combate en la frontera, se arrodilla en las procesiones religiosas o se muestra solidario en toda calamidad. Ecuador está de pie para llorar a sus muertos y para socorrer a los sobrevivientes. El rico y el pobre, el serrano y el costeño, el emigrante y el habitante de nuestras islas, todos han empezado a concretar su ayuda y lo harán por días, por semanas, por meses porque así lo sienten, porque nadie les impone, porque cada uno es su propio motor; además, porque no olvidan que ‘obras son amores y no buenas razones’.

-Tarea insoslayable de autoridades nacionales y locales será determinar si las construcciones que colapsaron cumplían a cabalidad con las normas técnicas. Una cosa es que un terremoto arrase, por su inusual intensidad, y otra es saber si pudieron salvarse vidas con medidas oportunas para evitarlo. Me permito citar a Hugo Yepes del Geofísico: “Cada nuevo terremoto ocasiona víctimas, las mismas que habrían podido evitarse si se hubieran asimilado las lecciones dejadas por estos eventos telúricos”.

-Los fuertes inviernos al igual que los terremotos nos desnudan, nos muestran realidades que las ignorábamos o no queríamos ver porque de tanto ver ciertas anormalidades pensamos que eso ya es normal y terminamos aceptándolo como tal, acostumbrándonos a aquello. Cuando enfrentamos eventos como el terremoto mencionado vemos la cruel realidad. Dieciocho años de ausencia de sismos fuertes nos llevaron a pensar que estábamos libres de peligro o, peor, que estábamos preparados para lo que viniera. Manabí ha sido azotada en varias ocasiones y, por lo visto, no estuvo preparada para tan descomunal evento.

-Tengo el privilegio de conocer buena parte de las playas de Esmeraldas, Manabí, Santa Elena, Guayas y El Oro. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que lo sucedido en Pedernales, Manta o Portoviejo, por citar parte de los actuales escenarios de dolor, bien puede suceder en Montañita, San Pablo, Playas, Posorja, Puná, Machala o Jambelí.

-Es necesario actualizar un registro severo e integral de la realidad de nuestras construcciones dedicadas a vivienda y uso humano en general. La maestra de la vida, nuestra historia, nos reclama hacerlo a fin de ‘aprender a dormir con el enemigo’.

“Las mentes son como los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertas”. (Anónimo). (O)