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Editoriales David Samaniego

Mi familia: cuna y mortaja

Mi familia: cuna y mortaja

Lo confieso: nunca vi antes algo parecido. Hace unas décadas se atacó con furia a la procreación humana mediante millonarias campañas anticonceptivas. Se supone que el intento no alcanzó los resultados apetecidos. Hoy asistimos a un verdadero pandemonio y a un desquiciamiento universal. Condenso en los párrafos que siguen mi percepción y perplejidades al respecto. Me voy a sentir en extremo feliz si alguien, de entre ustedes, me convence de estar equivocado.

Aprendí, sentí, viví. Mi mente jamás fue inficionada por códigos de rigor. No tuve maestros que orientaron una determinada forma de convivencia entre hermanos o primos. Mis hermanos y mis primos (en el castellano de siempre: ellos y ellas) fueron ocasión para entender los albores de la vida. Sencillamente aprendí, como varón, que éramos ellas y nosotros. Hermoso descubrimiento repleto de curiosidades y cavilaciones que de tanto convivir con certezas las hicimos nuestras.

Aprendí, sentí, viví. Sí, sentí la cercanía de hermanas, primas y amigas. El timbre de la voz, su manera de vestir, sus gestos; éramos diferentes y esas diferencias nos hicieron felices. Nadie nos dijo, nadie nos habló de ello; fue algo que fluía paralelo a nuestras vidas. Esos muchachos de un ayer lejano y esas mujeres compañeras nuestras, aún nos volvemos a ver con la claridad de una mirada que jamás se enturbió.

Aprendí, sentí, viví. Nacimos y crecimos juntos. Nacimos diferentes. Ellas y ellos. Éramos parte de un convoy. Nuestras más cálidas vivencias quedaron en esos años. No hablamos de géneros ni de sexos. Los géneros estaban presentes y los sexos nunca nos dijeron dónde estaban porque todos lo supimos.

Fueron tiempos donde lo obvio no buscaba un puesto porque sabía dónde debía estar. Fueron vivencias infantiles y juveniles que nos condujeron a encuentros y perplejidades que nunca abandonaron las anheladas orillas de arenas movedizas.

Todos arrastramos historias diferentes o, quizá, todos somos arrastrados por historias dispares. Vivimos la vida, la iniciamos a tientas y nos convertimos en expertos. Es tragedia y embeleso, juntos; es lo hermoso y desesperante; es la vida: fusión de certezas y de muchos ‘tal vez’.

Algo más de cinco décadas estuve cerca de infantes, adolescentes y jóvenes. Juntos fuimos testigos de cambios imperceptibles y de mutaciones violentas; juntos aprendimos a reír y llorar; juntos izamos la bandera y juntos alistamos la mochila para conquistar una montaña; juntos musitamos plegarias y escribimos nuestro primer poema. Eran otros tiempos. Otros maravillosos tiempos.

¿Qué pasa hoy en nuestro ‘mondo cane’? ¿Desde cuándo está a la deriva, qué pasó para que su brújula perdiera su norte? No lo sé, amigas y amigos, pero intuyo una respuesta, perfectible quizá.

Se busca con afán confundir, colocar en un remolino creencias y convicciones, se intenta un ‘borra y va de nuevo’. ¿Quién, por qué y para qué? Difícil juzgar. Imposible acertar. Se intenta que la familia con sus valores y tradiciones pierda su brújula. Se la combate, se busca romper cimientos, destruirla. No me preocupan estos años, temo por las próximas décadas, cuando los niños de hoy sean jóvenes y los jóvenes adultos. ¡O tempora o mores! (O)