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Editoriales David Samaniego

Río Muchacho: un viaje al ayer

Río Muchacho: un viaje al ayer

Dos clases de vuelos me son conocidos: los a más acá y aquellos a más allá. Los a más acá son baratos, no tienen precios establecidos por innecesarios, son los viajes al interior de nuestras conciencias en busca de respuestas del ayer, del hoy, del mañana; viajes rutinarios, ineludibles, no siempre de conclusiones placenteras. También conozco los viajes al más allá, aún no aquellos a ultratumba; son esos viajes que nos sacan de nuestros linderos. Leo en EL UNIVERSO que el próximo octubre se inaugurará el vuelo del bimotor Airbus 350-900 ULR, que en diecinueve horas ininterrumpidas transportará a los afortunados desde Nueva York a Singapur. Me gustaría regalarme esta aventura como festejo de mis ochenta y tres años, pero los sueños… sueños son, solo eso… sueños.

Hacia el reino del ‘tal vez o quizá’.

No es lo usual ni sensato, pero… es placentero. Alguien te cuenta o lees en alguna parte que en cierto lugar existe un cierto grupo de gente que tiene ciertas experiencias que buscan hacerlas trascendentes. Sucede que esos ‘ciertos’ nada tienen de ciertos porque lo que se desprende de la información escrita y oral es totalmente incierto. Aquí viene el desafío: te embarcas o no hacia el mundo del tal vez o quizá, una aventura. Bueno, eso me pasó, más adelante diré nos pasó porque no estuve solo.

Tres razones nos motivaron para arreglar maletas: pasar una jornada en la montaña con las bondades e incomodidades de un ayer algo distante; observar y aprender sobre cultivos sin repelentes tóxicos; observar cómo se crían lombrices y cómo se prepara el compost, razones suficientes para decir sí a lo incierto.

Con John y Freddy, dos jóvenes colaboradores, decidimos abandonar la ‘civilización’ para desenchufarnos de ciertas rutinas. Salinas-Puerto Cayo-Manta-Bahía de Caráquez-Canoas = 320 km. Río Muchacho quedaba a quince kilómetros, dirección Jama. Cenamos en comunidad a las seis de la tarde, luego la sobremesa, un pequeño paseo, las ocho. ¿Y ahora? Sin televisión, sin internet, sin teléfono, quedaban un par de horas para ir a la cama. Anticipamos nuestro descanso, el cansancio nos doblegó. El amanecer rebasó toda expectativa. Un concierto de gallos desde las cuatro de la mañana acompañado de insectos y aves silvestres que emiten sonidos exóticos de un mundo distinto donde nada se ve, pero hacen que nos sintamos parte del universo.

Crear un ambiente amigable para los cultivos es una meta que requiere tiempo, paciencia, decisión y conocimiento.

A las siete y media desayunamos. A las ocho estábamos listos para dar respuesta a nuestras inquietudes ambientales y agrícolas. Nicola Mears y Darío Proaño, ideólogos y propietarios del complejo Río Muchacho, nos guiaron con solvencia y extrema amabilidad. Nuestras experiencias, nuestros hallazgos y nuestras perplejidades son nuestras. No las consignamos en estas líneas para no anclar prejuicios ni desvirtuar propósitos. Cuando a las once de la mañana emprendimos el viaje de retorno tuvimos un sentimiento unánime: el viaje valió la pena, nuestros apuntes debemos trabajarlos. Esbozar un plan para hacer realidad lo aprendido es ahora nuestro cometido. Entendimos que es indispensable mantener la armonía del universo. Crear un ambiente amigable para los cultivos es una meta que requiere tiempo, paciencia, decisión y conocimiento.

Por aquello de ‘a la vejez viruelas’ desde hace dos lustros incursionamos en Salinas (La Milina), en cultivos que nos dan la satisfacción de comer de la huerta y participar a nuestros vecinos cuando la cosecha es generosa: lechugas, pimientos, rábanos, acelga, ajíes, maní, yuca, cebollas, maíz, fréjol de palo y habichuelas se dan muy bien. Plátano barraganete, sin flor y dominico; guineo morado y filipino, los tenemos durante todo el año. Los frutales requieren cuidado, pero la tierra devuelve con creces todo desvelo: guabas, grosellas chinas, papayas, maracuyás, nísperos, uvas, mangos, chirimoyas, aguacates, moras, caujes, brevas, limones, granadas, cerezas; además caña de azúcar. La producción es para el consumo, nada más. Un vivero con bromelias, orquídeas y anturios, además de rosas y variadas flores completan el entorno; árboles de neem, teca, caoba, pechiche, moringa, lluvia de oro, cananga y variadas palmeras son nuestros guardianes. ¿A qué viene todo esto? Para decirles que viajamos a Río Muchacho en busca de un mejor tratamiento para nuestros cultivos en Fata Morgana, nombre de la propiedad en Salinas.

Nicola y Darío construyeron y mantienen su propio oasis. Son parte de él, lo hicieron a su imagen y semejanza; respiran con la naturaleza, viven sus ciclos; las estaciones y las fases de la luna son sus oráculos; fue grato conocerlos, nos despedimos con un incierto ‘hasta pronto’.

“No preguntes qué mundo dejaremos a nuestros hijos, la cuestión es qué hijos dejaremos a este mundo”. A. A.