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Editoriales David Samaniego

Colapso de una nación

Colapso de una nación

Al cerrar nuestros ojos para siempre –de regreso al Creador, los creyentes– queda para la posteridad ubicarnos en casilleros no prescritos. Para algunos habremos sido unos farsantes; quizá crédulos, soñadores, buena gente; conquistadores para otros; tal vez luchadores, visionarios, emprendedores, innovadores, no lo sé. En estos tiempos –en los que vivimos una democracia anquilosada– existen nuevos casilleros en disputa: rateros, prófugos, sinvergüenzas, cómplices, sapos, camaleones, traidores, descarados, etcétera.

Las viejas catedrales al igual que antiguos palacios y fortalezas fueron construidos de partículas multiformes de materia que al juntarse crearon monumentos a la fe, a la esperanza de mejores días y, sobre todo, al propósito de construir un mundo siempre inconcluso. Aquello que observamos en la materia sucede también con los orígenes de cada uno de nosotros. Nacimos diminutos, indefensos, ineptos para sobrevivir, aptos para un largo aprendizaje que dura toda una vida. Materia y vida humana al darse la mano recrean el universo. La educación fue y es imprescindible: por la misma naturaleza humana, por su forma de ser, por su ineptitud para valerse por sí sola como lo hace un ternero horas después de haber descendido del vientre de su madre. La cárcel debe ser el lugar apropiado para gobernantes que jueguen con la razón de ser de la educación en un país y den paso, desde y con el poder, a maniobras y artimañas para torcer la mente de la niñez y juventud, a más de envenenar a toda una nación.

En la puerta de entrada de una universidad en Sudáfrica fue fijado el siguiente mensaje: “Para destruir cualquier nación no se requiere el uso de bombas atómicas o el uso de misiles de largo alcance, solo se requiere de un bajo nivel educativo, ignorancia de su historia y que sus estudiantes hagan trampas en los exámenes y ante cualquier barrera que encuentren en la vida. Los pacientes mueren a manos de esos médicos. Los edificios se derrumban a manos de esos ingenieros. El dinero se pierde a manos de esos economistas y contadores. La humanidad muere a manos de esos eruditos religiosos. La justicia se pierde a manos de esos jueces. El colapso de la educación es el colapso de la nación”.

Les invito, amigos, a compartir inquietudes, dudas y certezas, es decir, a pensar en la educación, puertas adentro.

-Proclamar una patria nueva, desmerecer la historia con sus errores y aciertos, hacer tabla rasa del pasado, proclamarse redentores o elegidos, fue una opción genocida porque pretendió exterminar hechos y personas de innúmeras generaciones.

-Un pueblo que no piensa jamás razona. Si este pueblo no sabe cómo entender lo que pasa y llegar a la verdad (no a su verdad), está condenado a ser estopa de escopeta, nada más. La estopa abunda, es carne de cañón. Los fulminantes están en otras manos, que también manejan la pólvora.

-La cultura de la hipocresía; del yo nada sé; del querer ser dueños de la ciudad, provincia o país; del jugar con la ingenuidad del pueblo políticamente ‘ignorante’, etcétera, son barreras donde se estrellan buenas intenciones porque invaden tierras minadas. (O)