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Editoriales Roberto Passailaigue

No culpemos a la pobreza (II)

No culpemos a la pobreza (II)

He expuesto que la pobreza no es una causa sino la consecuencia o resultado de la actitud del ser humano que no se esfuerza, que no se educa, ni quiere trabajar, acompañada de una política clientelar de líderes populistas, que crean dependencia estatal. De tanto ofertar soluciones demagógicas al pueblo, este se acostumbra a pedir y no a producir.

Completando sus falacias, los ideólogos del fracaso argumentan que otra causa de la pobreza es la riqueza, por ser la acumulación de recursos por parte de unos en perjuicio de otros. ¡No! No es verdad. La riqueza es consecuencia o resultado del esfuerzo y trabajo del ser humano; a más trabajo o producción, mayor riqueza. No es que existan ricos porque le han robado al pobre; si hay empresarios que roban, sanciónenlos; si hay empleadores explotadores, demándenlos para que los condenen a las indemnizaciones. Pero no se puede juzgar como explotadores a todos los ciudadanos que logran adquirir bienes o comodidades a base de esfuerzo y sacrificio. Así como tampoco podemos juzgar a todos los que no tienen, como ociosos o vagos, porque también existen otras causas de la pobreza.

Sostener que eliminando la riqueza se acaba la pobreza es un perverso sofisma que utilizan para engañar a los necesitados, creando así una artera confrontación del pobre contra el rico, del que no tiene contra el que tiene, exacerbando la lucha de clases por medio de la batalla de ideas, siguiendo el libreto de izquierda del Foro de Sao Paulo.

Cuando los populistas llegan al poder quieren estandarizar y estatizar todo, declarándose enemigos de lo privado, argumentando que este solo busca el lucro, como si lucrar fuera malo o delito, cuando en verdad corresponde al ingreso, ganancia o beneficio legal que se obtiene mediante determinada actividad, trabajo o cosa. Según esta visión sesgada, las empresas dedicadas al comercio, cuyo fin principal es el lucro, son corruptas. Criterio absurdo y malicioso que sostienen aquellos que jamás en su vida han generado riqueza o empleo, y que ni siquiera han administrado un charol de caramelos