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Editoriales David Samaniego

Creo haber cumplido…

Creo haber cumplido…

Sí, amables lectores de esta columna, creo haber cumplido con la Patria, exponiendo –por un buen tiempo– mi modo de entender el devenir político, los aciertos y errores de sus líderes y las necesidades del país. Nunca me afilié a partido político alguno, pero simpaticé con movimientos políticos orientados al bienestar colectivo. Alguna vez accedí a ser candidato a la Asamblea Nacional Constituyente por una agrupación política presidida por quien, ahora, abraza árboles y pregona el sumak kawsay. Naturalmente que perdí, fue debut y despedida.

Se afirma que aquello que se hereda no se hurta. Siempre me gustó la política en su más amplia acepción. Mi padre era un permanente motivador de políticos y un conocedor de la personalidad de los candidatos que acudían a él en busca de apoyo para sus campañas. Mi madre –santa madre– apoyaba las iniciativas de su esposo, pero se mantenía al canto, dejaba que el agua corriera sin impedirlo. Estas remembranzas son de al menos cinco décadas atrás. Mi padre fue apreciado en la comunidad por su sensatez y civismo, reconocimientos insuficientes para un Ph.D. Él nos contagió de esa extraña ciencia que ya no se enseña en centros de formación porque la prisa mató la reflexión, el desencanto asesinó la esperanza y el futuro promisorio perdió su norte. Mi padre nació y creció en Morona Santiago, donde algunos de sus doce hijos también nacieron.

Los políticos en campaña para diputados, afines en principios y aspiraciones, llegaban a la casa de mi padre, en Pueblo Pata. No era una visita protocolaria. No, allí hacían el plan de campaña y pernoctaban uno o más días. Cuentan mis hermanos que en ese lapso un par de gallinas eran las sacrificadas; cuando le reclamaban por ese derroche a mamá, ella contestaba: “Cuando alguien nos visita es Dios que nos visita”… terminada la discusión. Entre esos candidatos, luego diputado y senador, se recuerda al profesor Servio Tulio Moreno Aldaz, padre del actual presidente LMG.

El amor de mi padre a la actividad política no era vacuo ni buscaba réditos económicos. Quería mejores días para los colonos dispersos en la amplia geografía oriental que sufrían toda clase de incomodidades con el único afán de buscar un futuro mejor para sus familias. Dos días de viaje, a lomo de acémilas, era el tributo para llegar a El Aguacate, La Pradera, Osococha, San José, etcétera. La carretera Sígsig-Gualaquiza, iniciada durante la presidencia del Dr. Camilo Ponce Enríquez, aún no se concluye; esta fue otra de las promesas, incumplidas, de la década malgastada. De tal palo tal astilla, los hijos de Máximo David crecimos preocupados por el presente y futuro de la patria.

Sin abandonar comentarios políticos, quiero usar el privilegio de esta columna para tratar temas relacionados con la educación y con nuestra fascinante geografía nacional. Mi vocación de maestro me ha impelido a un permanente aprendizaje porque el conocimiento también se hace al andar. El carnaval que acaba de concluir me recordó y enseñó verdades.

“El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”, Otto von Bismarck. (O)