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Editoriales David Samaniego

El tren ya partió…

El tren ya partió…

En la historia nacional este es un viaje más. Han partido muchos trenes con bagajes distintos y pasajeros diversos. El tren que partió en Ecuador este veinticuatro de mayo conlleva novedades, propósitos y un destino, aún incierto, que requiere ser descifrado.

La juventud a lo largo y ancho del planeta no deja de sorprenderme: busca senderos nuevos, combate viejos moldes, se estrella en sus propósitos y regresa para intentar de nuevo: es la fuerza de la vida, es la fuerza de la juventud. Parece ser que Ecuador, a pesar de sus años, se resiste a dejar de ser joven porque gusta saborear incertidumbres, se complace en jugar con el presente, se siente bien en medio de riesgos y aborrece la calma y la pasividad. Parece que así somos y lo seguiremos siendo hasta que algún iluminado decida revisar la salud y profundidad de nuestras raíces.

¿Qué decir acerca de los primeros días, primeras palabras y acciones del nuevo presidente? Muy poco o mucho. Los comentarios llueven y las interpretaciones surgen en medio de una atmósfera más oxigenada, propicia para el pensamiento, el diálogo y la esperanza. Ya era tiempo. Comentarios políticos sobre el accionar del nuevo gobierno me los reservo hasta septiembre. Existen temas importantes que por una u otra razón permanecen en carpeta. Necesito oxigenarme, también yo. El tiempo es juez de las palabras y veedor de propósitos. Un compás de espera a todos nos hace bien. Mientras tanto los ojos no se cierran, observan; los oídos escuchan. Antes de “un paso al costado”, unos pocos renglones.

1. Se espera que Lenín sea Lenín, con su pasado, su presente y el futuro que quiere construir. Que sea un ecuatoriano más decidido a que Ecuador siga siendo la tierra de sus ancestros, que la gente confíe en sus gobernantes y en su futuro, que todos, absolutamente todos, nos sintamos ecuatorianos, constructores con diversas habilidades, de la patria con la que siempre soñamos. No necesitamos líderes exógenos ni ideologías de laboratorio. Tenemos un arsenal de propósitos que aún no ha visto la luz, arsenal nuestro, autóctono y soberano.

2. Las palabras tienen su magia. No se quedan en los oídos. Penetran en la mente, avivan pasados, engendran propósitos, nos interpelan, nos aplauden. El don de la palabra es una dádiva de enormes quilates. Velasco Ibarra lo sabía. Lenín puede ser convincente, empezamos a conocerlo. Lenín puede ser consecuente con su palabra, estamos por verlo. Cuando la palabra de un mandatario deja de expresar lo que ella significa ingresa al depósito de promesas incumplidas. La palabra vacua mata sueños y congela anhelos.

3. Duro trabajo del nuevo presidente: romper cadenas y ‘liberar la libertad’ de ataduras; ampliar horizontes a pobres y ricos; enseñarnos a convivir; ser más cuando estamos todos juntos. El camino no es fácil, la tarea es inmensa porque salimos de una década en la que se nos adoctrinó a no pensar porque por nosotros pensaba el líder; a no juzgar porque las sentencias se trabajaban en laboratorio; a no emprender porque el Estado lo hacía por nosotros. El tren está en marcha. (O)