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Editoriales David Samaniego

El turismo requiere de quijotes

El turismo requiere de quijotes

Entre orgullo y aplauso de la propia conciencia no deben reinar distancias: sentirse ufanos por haber hecho algo importante y recibir el beneplácito adicional de la propia conciencia. Estos renglones intentan pintar mi vinculación tangencial con el turismo y destacar, por justicia, la disponibilidad de EL UNIVERSO para alentar un mejor conocimiento del país. Recordar es volver a vivir.

Años atrás esta columna lanzó la idea de pasar un día de campo en las lagunas del Cajas, es decir, salir del Guayas por la mañana, disfrutar de la montaña y retornar por la tarde a casa o pasar la noche en Cuenca. Hice de cabecilla de tal novedad. Fueron setenta y tres vehículos que integraron la caravana. Fue una experiencia única, maravillosa, acción que puede repetirse siempre que se disponga de tiempo, de un vehículo y, sobre todo, de ganas de algo diferente. Desde esos días acá, junto a las carreteras, han surgido comedores en lugares estratégicos convertidos en miradores, aptos para apreciar los pliegues de la cordillera, sus luces y sombras.

Mientras regresábamos de Cuenca, hace ocho días, descubrimos El Mestizo, un restaurante café con algunos meses de vida. Después de Tres Cruces, el punto más alto de la vía hacia la Costa, luego de Miguir está Molleturo, un pueblo con historia. Antes de coronar un picacho e iniciar el descenso, dos jóvenes oriundos de Molleturo, luego de pasar varios años en EE.UU., decidieron ingresar al servicio turístico creando El Mestizo. Vale la pena detenerse en este lugar y admirar la arquitectura del local, los materiales usados, el estilo de servicio y saborear aquello que la carta ofrece. No es mi intención describirlo. Pretendo denunciar su nacimiento y sugerir, al cruzar por ese sector, un abordaje a las exquisiteces y novedades de El Mestizo. Ecuador necesita que locales similares ofrezcan mayor confort a los viajeros. Es una ganancia para todos.

Siguiendo con el tema, durante la Exposición Mundial de Orquídeas, en el Centro de Convenciones de Guayaquil, me llamó la atención el estand Gualaceo, el cultivo de orquídeas y los servicios hoteleros. Esa tarde supe de la existencia de la Estancia Hostería El Ángel. Dicen que la curiosidad mató al gato, pues de regreso de Sígsig conocimos el lugar y nos servimos un delicioso menú dominical. ¿Cómo nace esta hostería? Fue una casa de descanso de una pareja de médicos con cinco hijos, también médicos; un buen día decidieron transformarla en una hostería, ampliando espacios, creando nuevos y saturando el ambiente con flores y frutales que convierten al lugar en una casa de campo, ubicada en la antigua hacienda La Conferencia.

Gualaceo desbordó hace mucho su casco urbano; es una gran ciudad, rodeada por el verdor de sus campos, la belleza de su río y la presencia de un clima excepcional. Quienes se preocupan por crear o mejorar los servicios turísticos merecen nuestro apoyo y aplauso. La próxima semana escribiré sobre ‘aquello que perjudica al turismo’.

“No he nacido para un solo rincón. Mi patria es todo el mundo”, Séneca. (O)