Blog Ecomundo

Editoriales David Samaniego

¿En contra de la educación particular?

¿En contra de la educación particular?

En ocasiones es bueno desnudarnos para vernos de cuerpo entero. Cuando escribo estas líneas llueve en los cantones de la Provincia 24. ¡Esperábamos un buen aguacero para sepultar el polvo que contamina el aire de nuestras pequeñas ciudades! La lluvia nos desnuda: charcos de agua, lodo traicionero, suspensión de clases, explosión de transformadores, apagones. Este es ‘el Ecuador que ya cambió’. Me encanta la lluvia, nos muestra sin maquillajes, cómo somos y qué tenemos.

Me propongo desnudar ciertas actitudes en contra de la educación particular, latentes en disposiciones y políticas, artificiosamente disfrazadas como justas y pertinentes. Escuché una tarde, y me cayó como anillo al dedo, que existen diversas formas de matar, entre ellas, con un disparo certero o mediante asfixia. La primera conlleva una muerte súbita; la segunda, angustia, impotencia, sofocamiento, crueldad, agonía, sadismo. Entonces, pensé en la educación particular.

No se extrañen que yo sea apologista de la educación particular; a ella debo mi formación y mis estudios. Tuve docentes laicos y religiosos, todos ellos maestros por vocación que guardaban para el magisterio las más grandes consideraciones. El carisma de mis maestros influyó para que yo decidiera también ser maestro y lo fui: en jardines de infantes, escuelas, colegios y en la universidad. Algo más de cincuenta años de mi vida tuve el privilegio de enseñar y conducir instituciones particulares: las conozco desde adentro, por haber vivido una profesión y por haberme entregado al servicio de la niñez y de la juventud. ¡Que testimonien mis exalumnos!

También fui directivo en instituciones educativas particulares. Me propuse revivir lo mejor que mis maestros hicieron. Para los estudiantes busqué aquello que me interesó cuando alumno. La conducción de instituciones, en todos los niveles de educación, se aprende cada día, a veces con sudor y lágrimas, otras con alegrías indescriptibles. Los títulos y pergaminos sirven, bienvenidos sean, pero no engendran vocaciones ni cimentan compromisos. Para ser guía, amigo, confidente, ‘cómplice’, formador y profesor, no existen maestrías, tampoco Ph.D., la vocación es un requisito sine qua non.

Las instituciones educativas particulares cobran pensiones por los servicios que ofrecen. Esas tasas son la sangre que las alimenta; si llegan a faltar, el paciente desfallece. Nunca tuve problemas con autoridades de educación: los montos aprobados fueron suficientes para sobrevivir y también para crecer. Siempre encontré respeto porque somos parte de las soluciones. El alumno que debía no rendía exámenes hasta que la deuda era cancelada, ‘así de fácil’. Nunca conocí, por estas causas, niños o jóvenes traumados; ellos nos ayudaban para que sus padres cumplieran a tiempo compromisos adquiridos.

Hoy, con la venia de las autoridades de educación: ‘su majestad el niño no puede ni debe ser importunado’ y los padres deudores ‘bien, gracias’, esperan los documentos, que no se los puede negar, para repetir su hazaña el próximo año, en otra institución. ¡Garufa!

La educación particular está siendo asfixiada, de a poco, ladinamente, al privársela de justos recursos presupuestados. ¿Qué crimen comete o cometió la educación particular? ¿Cuántos funcionarios públicos la frecuentaron? ¿Existe alguna consigna para exterminarla?

“La verdad os hará libres” (Juan 8, 32). (O)