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Editoriales David Samaniego

¿La espada de Bolívar?

¿La espada de Bolívar?

Recuerdo a Bolívar con su espada, su decisión y bravura para libertar pueblos y sepultar atropellos. Bolívar, el grande –manoseado por inescrupulosos revolucionarios–, debe ser redimido. La espada es nuestra, nos pertenece.

Quiero contarles algunas de las cuitas que me aquejan; no me quitan el sueño, pero me persiguen. Esto de pensar en el país –que debe ser una obsesión ciudadana de todos los días– al final de cuentas resulta ser algo dañino para quienes somos propensos a úlceras o dolores de cabeza. Que la mente influye en nuestra salud ya no es una hipótesis.

Mi última entrega, sobre los feriados, recibió correos que me iluminan, enriquecen, fortalecen y también que invitan a reflexionar. Para algunos, ya era tiempo de tratar estos temas; para otros, ¿por qué terminar con los feriados, aguafiestas? La próxima semana ellos escribirán esta columna. Deseo que ustedes, mis lectores, analicen esos criterios y que me hagan llegar sus opiniones; nunca es tarde para buscar soluciones apremiantes.

Mis disculpas. Vuelvo sobre un tema que ofrecí postergarlo. Vivimos horas trágicas para el presente y futuro del Ecuador. Lo más preocupante: no lo advertimos, no ponderamos su gravedad; hoy es igual que ayer; si a mí nada me pasa es porque todo anda bien; la abulia nos cubre y la sinrazón nos hermana. Somos un todo que se encamina al despeñadero.

En mis hombros cargo ochenta y tres años, interesante y pesado fardo. Me ubico distante de mi ingreso al planeta tierra y bastante cercano a mi retorno. No tengo comprado pasaje, no hace falta: el cupo está abierto para cualquier instante. Entonces, queridos amigos (en castellano cuando digo amigos abrazo también a todas las amigas), algunos se preguntan: y ¿qué carajo me importa el futuro? El problema es de los niños, jóvenes y adultos de hoy; ellos verán mañana cómo salen bien parados de la debacle existente y de aquella en camino. En parte, tienen razón, pero si yo amo el universo y si amo a familiares y amigos, de diversas edades, entonces sí es mi problema lo que pueda suceder con ellos después de mi ausencia terrenal. El egoísmo siempre fue miope y repulsivo.

¿Son estos temas de importancia nacional? Tener un vicepresidente preso y un presidente fugitivo. Un gobierno que sonríe mientras el país languidece. Un grupo de abogados que andan sueltos, artífices de mil triquiñuelas que hoy nos maniatan. Tener en cargos públicos a quienes fueron cómplices del más grande atraco al erario nacional. Ser tratados, a sol y sombra, como ignaros y pusilánimes. Saber que nos robaron, conocer a los ladrones, verlos sonrientes y campantes, constatar que nada pasa, que todo sigue y seguirá igual porque esa parece ser la consigna.

¡Qué pena que la alma mater guayaquileña tuviese que tocar fondo para iniciar una cirugía integral a fin de devolverle su brillo y fortalezas! Mi enhorabuena por la Universidad de Guayaquil y mi gratitud a quienes prestaron sus nombres para iniciar, con mano firme, el camino de su recuperación.

“Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”, George C. Lichtenberg. (O)