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Editoriales Roberto Passailaigue

No culpemos a la pobreza

No culpemos a la pobreza

La lógica, sana crítica y el sentido común, nos dicen que a mayor esfuerzo y trabajo del ser humano, mayor es el resultado o ganancia. Esto en toda la historia del pensamiento económico. Con la industrialización, se crearon las grandes fábricas y se generó el lucro como resultado del trabajo (remuneración) o de la producción (ganancia). El lucro por sí mismo no es malo, pues es el resultado del esfuerzo y el trabajo.

La sociedad por naturaleza es diversa y las clases sociales se dan en todos los sistemas de gobierno o de economía. Marcadas son las diferencias de los países de ideología de izquierda, comunistas o socialistas, como Rusia, Cuba, Venezuela y Bolivia, al compararlos con los países de ideología de derecha, capitalistas, de libre empresa o libre mercado, como EE. UU., Colombia, Alemania y Japón.

Los últimos estudios sociológicos, económicos y de desarrollo, elaborados por instituciones nacionales e internacionales que invierten grandes sumas de recursos en investigaciones sociales -donde participan jóvenes profesionales recién graduados, con muchos títulos de grado y posgrado, pero sin experiencia profesional, con férrea ideología progresista de izquierda, al igual que profesionales maduros, expertos de cafetines y trasnochados de la larga noche neoliberal, acostumbrados a vivir de la burocracia o del Estado, percibiendo becas, remuneraciones, honorarios o bonos-, toman como matriz el “culpar a la pobreza como la causante de todos los males” en la educación, costumbres, desempleo, delincuencia, progreso, etc., creando quintiles, cuartiles, percentiles, y otros parámetros o medidas de dispersión, para acomodar indicadores de estadísticas y hacer que digan lo que ellos quieren decir, acorde a sus criterios e ideología.

Es verdad que la pobreza incide mucho en el progreso de los pueblos, pero no es una causa; es la consecuencia o resultado de la actitud conformista del ser humano, de la falta de esfuerzo y educación, acompañada de la política clientelar de los líderes populistas que pregonan el reparto o redistribución de la riqueza de otros.