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Editoriales David Samaniego

Pisando los sesenta

Pisando los sesenta

El mundo tiene valles y colinas donde yacen estirpes, donde el tiempo se detiene y las convicciones se hacen amores. Lo que intento narrarles no sé si sea común a todas las profesiones. Exteriorizo resonancias de mi mundo interior entregado a la vocación de ser maestro por cinco décadas. Ser maestro tiene complejidades y bondades muy propias del ejercicio del quehacer docente. Complejidades: qué difícil asistir a la transformación de un infante hasta verlo convertido en hombre. Qué hermoso y bondadoso estar cerca de jóvenes vidas e inspirar en ellas valores, ejemplos, a más de conocimientos indispensables para adentrarse en el mundo que les espera. Eso fuimos y somos los maestros.

Escucho con sano interés que el Gobierno actual empieza a desmantelar un andamiaje perverso que convirtió al maestro en escribano aturdido y le privó del espacio suficiente para pensar y amar. Cada estudiante tiene su propia historia acorde con las circunstancias que vive. ¿Cómo descubrir su génesis, su ahora y a dónde quiere llegar? El silencio, la observación, la escucha, la reflexión y el diálogo ayudan a delinear comportamientos perdurables. El maestro requiere de tiempo para reflexionar y para exteriorizar sus sentimientos adecuadamente. Quien no reflexiona y quien no ama su misión no merece llamarse maestro.

«El silencio, la observación, la escucha, la reflexión y el diálogo ayudan a delinear comportamientos perdurables».

Los bachilleres del Cardenal Spellman, graduados en 1977, decidieron reunirse en Quito para celebrar los cuarenta años de su ‘epopeya’ y quisieron que sus maestros estuviésemos con ellos. Los anfitriones recibieron a sus compañeros que acudieron a la cita desde Miami, Florida, Guayaquil, Colombia y Chile. Por coincidencia ingresé al final de la misa de acción de gracias, el momento en que se daban la paz. Fueron minutos extremadamente densos en afecto, emociones varias, hasta lágrimas. Algunos de mis alumnos de ayer lucían algo más viejos que yo, irreconocibles. Me hablaron con emoción de sus campeonatos deportivos, de la Revista Spellman, del club de ajedrez, del montañismo, de las Ferias de Ciencias, del Libro leído, las clases de filosofía, de la disciplina.

Al finalizar este inicio del festejo, en la Capilla del antiguo Spellman, hoy Universidad Politécnica Salesiana, se entonó el Himno al maestro de Enrique Espín Yépez con letra de Pablo H. Vela: “Gratitud al Maestro, que alumbra / nuestra vida y la llena de estrellas; / gratitud de la Patria que, en ellas, / ve otro cielo, en palabras de luz”. La semilla había germinado.

Mis exalumnos que estudiaron en Riobamba, Quito, Cuenca y Guayaquil tienen rostros inconfundibles: son salesianos.

“La raíz de todo bien reposa en la tierra de la gratitud”, Dalái Lama. (O)