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Editoriales David Samaniego

Sin nombre ni apellido

Sin nombre ni apellido

El gobierno de Lenín Moreno ha comenzado a desgranar la mazorca de la corrupción. Lo hace grano por grano, acción que nos satisface y nos enfurece a la vez, porque siendo ‘los hijos de las tinieblas más sagaces que los hijos de la luz’ terminarán esfumándose o colocando sus haberes mal habidos en escondites insospechados. Tremenda responsabilidad del Gobierno actual. No es optativa la persecución implacable a quienes delinquieron: es un deber sagrado e impostergable de LMG que lo consagrará como redentor de un Ecuador saqueado o como cómplice solapado de tamaña fechoría. Otra vez: ser o no ser.

La conducción de la educación, desde la infancia al bachillerato, debe entrar en terapia intensiva. Las contadas ‘escuelas del milenio’, mañosamente publicitadas, fueron la careta usada para camuflar incompetencias. Cerca de mil abusos a la integridad moral y sexual de estudiantes nos llenan de vergüenza, dolor y coraje; peor aún, se prohibió dar a conocer estos crímenes y poco o nada se hizo para sancionar a los culpables.

He recibido una carta de un exalumno de los años setenta que la transcribo parcialmente, ‘sin nombre ni apellido’. “Expreso mi agradecimiento y reconocimiento por todo lo que usted me regaló cuando tuve la suerte de cruzarme en su camino, durante mi época de estudiante; cuando pude recibir de primera mano todo ese bagaje de vivencias, enseñanzas, consejos, ejemplos y sentimientos que enriquecieron inconmensurablemente mi vida. Gracias, querido amigo, porque he tenido el privilegio de poder pasar a mis hijos parte de la enseñanza que usted me facilitó, y que los ha convertido en ciudadanos de valía, que pueden y tienen la voluntad de aportar su esfuerzo y contingencia en beneficio de los demás. Qué privilegio y orgullo es haber podido compartir tiempo, sueños, ilusiones, decisiones, responsabilidades y muchas otras fortalezas que sirvieron para moldear la personalidad y la disposición para mejorar…. mejorar con el propósito de servir. Mil gracias por enseñarme el camino”. ¿Qué hicimos bien o extraordinario los maestros de aquellos remotos años? Cumplimos con nuestra misión, nada más.

Luego de casi seis décadas de haber ejercido el magisterio en instituciones particulares, me siento autorizado para aseverar:

-Que la disciplina, el orden, la exigencia, el premio y el castigo son recursos insustituibles para la formación de infantes, niños y jóvenes cuando se los maneja con amor y maestría.

-Los patios –en el sistema preventivo salesiano– siempre fueron lugares aptos para un encuentro con los estudiantes, para recibir sus anhelos y confidencias, para un gesto y una palabra amables. ‘El agua estancada se corrompe’, decíamos, tratando de que los jóvenes estén en acción, jueguen, se distraigan sanamente.

-Una institución educativa con tres jornadas seguidas de trabajo es un crimen, mata la creatividad y perjudica la formación integral; es el peor ahorro del Estado. La educación no es fábrica de embutidos.

-Los valores que se inculquen y practiquen son huellas indelebles: honradez, libertad, amor a los padres, respeto a las leyes, sinceridad, altruismo, etcétera.

-Razón, fe y amor caben siempre en la mochila de un buen maestro. Ecuador necesita redescubrir viejas huellas y caminar con celeridad hacia metas trascendentes. (O)