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Editoriales David Samaniego

‘Amicus Plato, sed magis…’

‘Amicus Plato, sed magis…’

Al tener frente a mis ojos la frase que se le atribuye al viejo Aristóteles: ‘Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad’, no puedo dejar de pensar en Jorge Vivanco Mendieta, un gigante ecuatoriano del periodismo. No fui amigo de Jorge, nunca nos citamos para conversar; cuando las circunstancias profesionales nos colocaron cerca buscamos modos y maneras para intercambiar experiencias, para filosofar, para hablar del país, en fin, para disfrutar del sano placer de conversar, de hacerlo pensando y de coincidir en objetivos, en valores, en sueños y también en decepciones.

En cierta ocasión, sentado junto a la mesa de trabajo de Jorge, sin haberlo pretendido, hablamos sobre la ética del periodista y cómo hacer para garantizar el apego a la verdad en investigación, reportajes o periodismo de opinión. Los sentimientos jamás deben opacar la verdad, peor tergiversarla, me dijo. Solamente caben, en un periodista honesto, dos sentimientos encontrados: el odio y el amor; me explico, odio a la mentira y amor a la verdad. Quien llegue a tener bajo su piel estos dos sentimientos encontrados y los convoque en el ejercicio diario de su profesión, puede sentirse satisfecho porque cumplirá satisfactoriamente con su misión. El periodista que vende su pluma al mejor postor; quien alquila su voz y con ella hipoteca su voluntad; quien combate causas o personas por encargo; quien enajena su dignidad e integridad mal puede ser ‘ojos de quienes no pueden ver y voces de quienes no pueden hablar’.

Suena fácil afirmar que un buen periodista debe ser honesto, sincero, laborioso, enemigo del engaño y amante de la libertad y de la verdad. Jorge Vivanco Mendieta era dueño de esas y otras virtudes y él estaba convencido de que ese equipaje tenía que ser de todos los periodistas.

Don Jorge, como le llamaban en Expreso, no era alto ni su figura imponente. Tenía rostro apacible, mirada inquieta y sonrisa pronta que invitaban a la cercanía para conversar, coincidir o discrepar, buscar la verdad. Entre sus fortalezas siempre admiré su agudeza mental, su capacidad analítica, su versación sobre múltiples temas, su conocimiento de la historia y su facilidad de palabra. Para él fue fácil, sencillo diría yo, hacer que el teclado de su máquina de escribir copiara lo que su mente dictaba ya fuera para ‘Modesto Severo’ o para ‘Barajando los días’. Sus comentarios ayudaron a entender mejor el acontecer nacional, interrogaron muchas veces, criticaron otras y en ocasiones crearon verdaderos sismos políticos.

A la hora de los discursos todos somos panegiristas de la libertad de expresión, la ensalzamos por ser un derecho humano, condenamos a quien osa agredir a quienes hacen uso de ella. Encaramados en el poder, no necesariamente político, es posible que empecemos a odiar a quienes no están de acuerdo con nuestra manera de pensar o de actuar y tratemos de callar esas voces que discrepan. Jorge Vivanco Mendieta optó por expresarse libremente, servir al país, honrar al periodismo.

“El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”, Gabriel García Márquez. (O)