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Editoriales Roberto Passailaigue

DEBUT Y DESPEDIDA (II)

DEBUT Y DESPEDIDA (II)

El hecho de que un periodista o director de medio se sienta derrotado por haberse dejado influenciar por comentarios en una red social de minoría no significa que la libertad de expresión se encuentre derrotada.

En la despedida de La Posta XXX participó el gerente del canal, que se sintió alarmado y pidió disculpas por el programa de Eduardo Vivanco y Andersson Boscán, quienes a su vez también pidieron disculpas al ser abandonados por el canal de televisión en el que transmitieron el programa y parte del gremio. Yo no lo hubiera hecho. Me solidarizo con ellos.

¿Disculpas por qué? Por un programa que pudo no agradar a muchos por su formato diferente pero que no ofendió, lo que fue aprovechado por activistas y simpatizantes de Iza para hacer escándalo por parte de una minoría que, de seguro, son los mismos que siempre están atentos a destrozar honras ajenas, inventar ‘fake news’, chismes y cuentos. En el programa se analizó un estudio de Infomedios, que determina que en Ecuador de 18 millones de habitantes, el 90 % ingresa por lo menos una vez al día a la internet, de los cuales el 18 % navega en redes sociales, incluyendo diarios y radios, Youtube, WhatsApp y otras muchas aplicaciones. De ese 18 %, el 8,9 % corresponde a las redes sociales como tales, distribuidas en el 18 % en Instagram, el 14 % en Facebook, el 7 % en Youtube y tan solo el 1,3 % en Twitter, lo que corresponde al 0,5 % del total de usuarios de internet, que no llegan a 10.000 personas, incluyendo medios de comunicación, periodistas, investigadores y personas interesadas en crear opinión a favor o en contra de alguien, de troles asalariados que pretenden causar caos y hacer política por medio de las redes. Los activistas que pretenden crear opinión no llegan a 800, incluyendo troles, tontos útiles y tontos inútiles. “Las autoridades que se dejan llevar por lo que dicen las redes sociales, es que no han entendido la libertad de expresión”, se dijo en dicho programa. Peor resulta si se pretende gobernar y manejar asuntos de Estado, por lo que digan esos activistas de Twitter o TikTok.