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Editoriales Roberto Passailaigue

Las masas y el lumpen

Las masas y el lumpen

José Ortega y Gasset, filósofo e intelectual español del siglo XX, en 1930 escribió La
rebelión de las masas donde advertía con lúcida preocupación sobre el ascenso del
“hombre-masa”, ese sujeto promedio que, satisfecho en su medianía, desprecia al
experto, a la élite cultural y a los valores que fundaron la civilización moderna. Lo
alarmante no era solo la irrupción de las masas en la vida pública, sino su convicción de
que podían prescindir del mérito, del conocimiento y de la responsabilidad. A casi un siglo
de su publicación, la obra conserva una vigencia inquietante, especialmente en el
contexto latinoamericano.
“El hombre-masa”, según Ortega, “no es el hombre común, sino un tipo de hombre que se
siente igual a todos y, por tanto, se cree con derecho a imponer su vulgaridad”. Esta
actitud se ha vuelto predominante en ciertas democracias latinoamericanas, donde se ha
confundido la inclusión con el populismo y la participación con la anulación de toda
jerarquía intelectual o ética. Los méritos y probidad se dejan de lado y predomina la
mediocridad, se confunde la democracia con la lumpenización intelectual de la
administración pública. No es un rechazo a las oligarquías, sino de una aversión irracional
a toda forma de excelencia.
Este fenómeno ha sido abordado también por pensadores contemporáneos como Mario
Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo, donde denuncia cómo el entretenimiento
ha desplazado a la reflexión, alimentando una ciudadanía desinformada, vulnerable al
discurso fácil y emocional. En países como Argentina, México o Ecuador, vemos cómo
líderes sin trayectoria, pero con audacia mediática, han ascendido al poder apelando al
resentimiento social, populismo y demagogia, pero sin un verdadero proyecto de
transformación.
Este desajuste es producto de una crisis de educación y cultura. Como señalaba Antonio
Gramsci, “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no
puede nacer”. América Latina permanece atrapada entre la desconfianza hacia sus élites
tradicionales —a menudo justificable— y la imposibilidad de construir una nueva
dirigencia ilustrada, comprometida con el bien común y no con su beneficio o
supervivencia electoral.
Ortega advertía que la técnica moderna, al facilitar la vida, ha producido generaciones que
disfrutan de sus frutos sin comprender el esfuerzo que implicaron. Algo similar ocurre en
nuestras repúblicas, las instituciones democráticas son utilizadas sin aprecio por su
fragilidad; los derechos se exigen sin asumir los deberes y la libertad se confunde con
capricho. Así, el “hombre-masa” no solo es el ciudadano común, sino gobernantes,

legisladores, jueces, ministros o cualquier funcionario que incumple de su deber de
ilustrar, guiar y decidir con grandeza, por ser parte de la masa y el lumpen.
Recuperar la intelectualidad, probidad, el mérito y la ética en la vida pública es hoy un
acto de resistencia. América Latina no necesita menos pueblo, sino más ciudadanía; no
menos democracia, sino mejor educación. En palabras del propio Ortega, “ser de la mejor
calidad que se pueda ser, ese es el único deber ineludible del hombre”.

Guayaquil, domingo 27 de julio de 2025