Blog Ecomundo

Editoriales David Samaniego

Un octogenario frente a las urnas

Un octogenario frente a las urnas

He vivido –evoco a Sinatra– a mi manera. Los ecuatorianos de ayer, entre ellos me cuento, y los de trasanteayer, de ellos provengo, vivimos y vivieron a su manera. He sido convocado a las urnas. No debo ir, pero sufragaré, también esta vez, como siempre lo hice.

¿Qué buscamos, en qué creemos, por qué y por quién votamos, para qué lo hacemos? En estas líneas me confieso demócrata, buscador de la libertad, respetuoso de los derechos humanos, creyente en Dios. Hago públicas algunas de mis convicciones, no las puedo ocultar. Nací pobre en riquezas perecederas y rico en esos valores que anidan entre cabuyas y platanales. El ayer es mi alimento y el mañana mi acicate.

No sé si la próxima contienda electoral me tenga aún entre los vivos, pero no deseo estar en la lista de los resucitados. Cuando me vaya de este paraíso ecuatoriano no me regresen, arbitrariamente, por favor. Déjenme vivir en el más allá porque creo que siempre será, en algo, mejor que este más acá, fascinante y tercamente voluble.

Ecuador delineó su camino en 1822 y ese sendero nos condujo hasta nuestros días, sendero tortuoso e impredecible, pero que al final de vericuetos siempre buscó horizontes uncidos a su anhelo primigenio: la libertad. Muchos defectos nos adosan a los ecuatorianos y algunos de ellos con sobrada razón, pero jamás se nos tildó de esclavos, sumisos, peor de mercaderes de nuestra libertad. De pie, frente a la urna, estoy feliz de ejercer nuevamente un derecho que para mí siempre fue una prerrogativa y exigencia cívica. Lo hago a conciencia. Mi voto es mi opción: sueño con una sociedad solidaria. Voto pensando en amigos y familiares, por su futuro. David Lloyd George decía que “las elecciones, a veces, son la venganza del ciudadano. La papeleta es un puñal de papel”.

El futuro no depende solo de mi voto, pero sí de otros votos, al igual que el mío, que se deciden por el Ecuador de siempre, el nuestro. Desde Adán y Eva las encrucijadas se han centuplicado y el mundo sigue andando. Buscamos lo que anhelamos y hacemos, en ocasiones, aquello que repudiamos. Eso somos los humanos: un ir y venir, un sí al día que amanece y también a la noche que se avecina.

Mi voto será por aquellos horizontes que se asemejan a los míos; por esos valores con los que he vivido y por los que he luchado. Votaré por una persona que sea capaz de cumplir con lo que ofrece, sin la certeza de que así lo haga. El voto es un acto de fe en alguien que pensamos que es capaz de manejar la barca del Estado en los próximos cuatro años y de conducirnos a un puerto seguro. El voto del 2 de abril no es igual a tantos otros votos. Nos enfrentamos al dilema democracia o continuismo; entregamos el país a un grupo de alucinados redentores o decidimos retornar al Ecuador que conocemos y amamos.

“Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos”, Octavio Paz.(O)